Siempre he sentido el impulso de conocer el mundo e indagar en nuestra existencia. Actuando en mi manifestación es que he ido recorriendo este planeta, empapándome de nuevos colores, sabores, olores, impregnando cada célula de mi cuerpo con nuevas experiencias, sintiendo todas las emociones que vienen con nuevas conexiones y re-encuentros, buscando respuestas a mis infinitas preguntas y llenándome de fotos que guardan el registro de cada momento. 

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Cada viaje me ha devuelto más profundo a mí.

 

Cada relación, cada caída, cada hoyo negro en que he estado, cada conversación, cada camino por el que he pasado, cada pregunta, cada una de mis fases, han sido viajes que me han llevado a las profundidades de mi ser.

 

En mi camino de querer salvar al planeta, entendí que el planeta no necesita que lo salven, su capacidad de regenerarse es intrínsica.

En querer salvar a la naturaleza, me di cuenta que yo soy naturaleza. 

Soy un canal a través del cual se expresa la naturaleza. 

Como es adentro es afuera, entendí que si quiero "ayudar" al mundo, debo ayudarme a mí misma. Y me dí cuenta que no necesito ayuda, solo necesito amarme incondicionalmente.

Y ese amor, aunque a veces no lo sienta, siempre ha estado.

Ese amor se manifiesta cada vez que me acompaño en mis procesos, cada vez que estoy tan presente conmigo misma que siento hasta la pulsación del dedo chico de mi pie.

Cuando me escucho y me hago cargo de la información que recibo de mí. 

Ese amor se manifiesta cada vez que traigo a mi consciencia los juicios y pensamientos limitantes que tenía programados. Al hacerlo, siento compasión. 

Cada vez que expongo a mi ego, me libero.  

 

Empecé enfocada muy en lo externo y fui recordando lo que siempre estuvo ahí: yo.

Y en ese recuerdo es que me volví consciente de lo que estaba haciendo: volviendo a mí.

Y en ese volver a mí empecé a alinearme. 

Y en ese volver a mí empecé a crear mi vida. 

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La vida es un viaje y este, el registro de mi viaje físico y espiritual.